El Árbol de Navidad

Se acercan las fechas navideñas y en este blog voy a dedicar las próximas entradas a diferentes mitos y leyendas relacionadas con esta celebración.

Empezaremos con el árbol de Navidad. Mucha gente lo tendrá ya puesto en casa esperando la noche del 24 de diciembre en la que Papá Noel depositará allí los regalos para la familia

Imagen: quo.es

Pero, en sus orígenes, poco tiene que ver el árbol con la figura de Papá Noel.

En la antigüedad, los pueblos primitivos introducían en sus chozas las plantas de hojas perennes y flores, como medio de proteción. Para ellos, estas plantas tenían un sentido mágico o "religioso".

Más tarde, los griegos y los romanos decoraban sus casas con hiedra. 

Los celtas y los escandinavos usaban el muérdago y muchas otras plantas de hoja perenne (como el acebo, el rusco, el laurel y las ramas de pino o de abeto) pues pensaban que tenían el poder de proteger contra enfermedades y curarlas.

En la cultura de los celtas, el árbol era considerado un elemento sagrado. Los druidas de centro-Europa adornaban árboles para su veneración, ya que creían en el carácter sagrado de la naturaleza.
Para celebrar "la noche Madre", la noche más larga del año, se dedicaba todo un mes (nuestro actual diciembre) a celebrar bailes, reuniones y fiestas en honor al Frey, dios nórdico del Sol y la fertilidad. Entre otras cosas, se adornaba un árbol de hoja perenne adornando un árbol perenne al que llamaban Árbol del Universo. En su copa se hallaba el cielo, Asgard (la morada de los dioses) y el Valhalla (el palacio de Odín), mientras que en las raíces profundas se encontraba el Helheim (reino de los muertos). 

El arraigo de estos festejos fue aprovechado por el rey Olaf I de Noruega para trasladar, en el siglo X de nuestra era, estos actos al día de Navidad, consiguiendo de esta forma, facilitar el proceso de conversión al Cristianismo de su pueblo que el propio Olaf había emprendido.

Pero volvamos al Árbol. Parece ser que su origen histórico se sitúa en la Alemania del siglo VIII. San Bonifacio llega a este país para predicar el Cristianismo y, después de muchas dificultades consigue buenos resultados. Tras su marcha a Roma para informar al Papa Gregorio II, en su regreso descubrió que los germanos habían vuelto a sus antiguas creencias y se preparaban para celebrar el solsticio de invierno sacrificando a un hombre joven en el sagrado roble de Odín. Lleno de ira tomó un hacha y cortó el roble sagrado.

A partir de aquí comienza la leyenda: con el primer golpe del hacha, una fuerte y repentina ráfaga de .
Imagen: teinteresa.es
viento derribó el árbol. El pueblo sorprendido, reconoció con temor la mano de Dios en este evento y preguntó humildemente a Bonifacio cómo debían celebrar la Navidad.
El Obispo, continúa la leyenda, se fijó en un pequeño abeto que milagrosamente había permanecido intacto junto a los restos y ramas rotas del roble caído. Lo vio como símbolo perenne del amor perenne de Dios, y lo adornó con manzanas (que simbolizaban las tentaciones) y velas (que representaban la luz de Cristo que viene a iluminar el mundo).
Como estaba familiarizado con la costumbre popular de meter en las casas una planta de hoja perenne en invierno, pidió a todos que llevaran a casa un abeto. Este árbol representa la paz, y por permanecer verde simboliza también la inmortalidad; con su cima apuntando hacia arriba, se indica, además, el cielo, la morada de Dios.

Esta tradición pasó a Gran Bretaña, de allí a Estados Unidos (donde se incorporó en la fiesta a Santa Claus), de ahí llegó a América Latina y regresó a Europa en su nueva versión.